Desnúdate, pero no como se desnudan las pieles, para enseñar sexos, para segregar cuestiones químicas placenteras.
Desnúdate para elevar vellos, desnúdate de intenciones, desnúdate de egos, de promesas pretenciosas, de mentiras que te dices, desnúdate de roles, de capas sociales, de gestos aprendidos, desnúdate de ese tú que no eres tú y que no quieres ser.
Deja de alimentar lo malo, sea o no sea tu culpa, deja de sembrar energía en árboles muertos, céntrate en lo bueno, y en los buenos, en los buenos para ti, pues recuerda que ninguno sabe ser juez, tampoco tú lo seas.
Envejece tranquilo, porque envejecer hace morir lo superfluo, y deja a la vista lo que somos, porque deja a la vista solo lo de dentro.
Desnúdate del odio, porque detrás no hay nada, yo lo he visto y es un camino que tuve que desandar para elegir otra puerta.
Rompe las puertas, porque si das algún paso atrás, te darás cuenta de que no hay paredes sosteniéndola, y que llevas mucho tiempo intentando abrir algo que podías rodear.
Cómete los bocadillos de texto con los que te ahogas, estamos sordos de tantas palabras, como estas, demasiadas.
Desnúdate y mírate al espejo, cada centímetro de ti es un milagro de la ciencia, un milagro de la naturaleza, un milagro de tus padres, un universo dentro de otro.
Santifícate, pues cada ser vivo tiene el poder de cambiar el mundo, y de hecho, ya eres motivo de cambio para muchos. Y cuando seas padre, madre, lo serás para más.
Desnúdate, de mi, de ti, de todos, busca la esencia que te hacía coger cualquier cosa y armar un mundo cuando niño, pues ahí…está lo importante.
Paz.
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