Al final, nunca pasa nada.
Después de la primera nalgada, con ese primer trauma que parece insuperable, viene una nueva curva cerrada.
Y te sientes cargado, hastiado, con sobrepeso de piedras de lastres de nudos de cuerdas mojadas de anclas pasadas. Y el hoy, ese cabrón sincero, te escupe en cada selfie que no tienes tanta confianza como te creyeron.
Dale a ‘me gusta’, que si no me tiro por la ventana. Ríe, aplaude que si no ¿qué va a ser de mi?: nada. Tendré que escribir una triste canción vana, o este post en mi diario público de madrugada, intentando, hoy también, y mañana, desnudarme a ver si me recuerdo…
Pero no…al final, nunca pasa nada. Cierras los ojos con todo, los abres sin nada.
Y llega el primer beso robado, y la primera carta de un abogado y el portazo regalado del futuro que, chas, mientras leías se convirtió en un nuevo pasado. Pesado. Burro de carga de alforjas requintadas de mensajes sin contestar por falta de ganas. Palabras. Vacías gracias llenas de rancias sonrisas, autoestimas agasajadas, reacciones que son grandes cagadas.
Y no-pasa-nada
Que si el político repite y tu tienes tu desquite, pues oye, pues vale, pues nada. Que si hace calor, bueno, mientras no sea lava. Que si llego a fin de mes aunque sea a rastras, pues envido, que me quiten lo comido, y miro palante y yo, mi, me, conmigo.
Y sigo.
Que no tiene solución si desde el más bueno al más cabrón no estamos al menos de acuerdo en esto: que a todos nos espera un destino funesto, y como todo, lo bueno y lo malo se acaba, recuerda, no tengas miedo, que el miedo hace a los malos y no hay por qué tenerlo, porque total, son miedos de almohada, y querer ser es ya serlo.
La vida nos tiene de manos atadas rumbo a una muerte anunciada. Pero da igual, disfruta a pasitos y no a zancadas, que al final…
No pasa nada.